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jueves, 20 de septiembre de 2018

LA VIRGEN DE NIEVE

No sé si existen las vírgenes y los milagros.
  Pero deberían existir.

 Julieta despertó temprano y se sentó en el borde de la cama, con muy pocas ganas de levantarse. Durante algunos minutos miró el piso fijamente. Sin querer recordó un chiste que había leído en un viejo libro de Mafalda, que le regalara su abuela cuando era niña...Mafalda, parada en la cama con expresión desanimada, pensaba: "¡cuesta juntar ánimos para bajar al mundo!"
  Se frotó los ojos y puso los zapatos con lentitud. Hacía frío. Durante la noche había nevado incesantemente, aunque por suerte ya había parado y amagaba a salir el sol. Con un poco de suerte, aquel día no sería tan triste y destemplado como su propio ánimo.
  Después de lavarse la cara, Juliana caminó despacio hasta el dormitorio de Ema, su pequeña hija de diez años. Justo en ese momento Tamara, una amiga y  enfermera que cuidaba a la niña durante toda la noche, salió de su habitación.
  -Buen día -le dijo Julieta mecánicamente- ¿cómo está..?
  -Pasó bien la noche -le contestó la enfermera- recién se acaba de despertar. Preguntó por vos y...
  -Lo sé, lo sé, Tamara, ¿por qué no preparás el desayuno? Yo me encargo de Emy.
   Mientras Tamara se marchaba hacia la cocina, Julieta entró en la habitación de su hija.
  Como esperaba, la niña la miró con sus grandes ojos redondos y hundidos. Julieta sintió como si alguien la apuñalara en el plexo.
  -Hola, princesita -le dijo sonriendo no sin esfuerzo, mientras se sentaba a su lado y le daba un beso en la frente- ¿dormiste bien?
  -Tengo hambre, Mam -le contestó Ema- ¿ya preparaste el desayuno?
  -Tammy está en eso. Agarrate de mi cuello...voy a sentarte en la silla.
  Con infinito cuidado, la mujer levantó a la niña y la sentó en una silla de ruedas que había a un costado de la cama. La pequeña la abrazó fuertemente.
  -Te quiero, mami.
  Julieta sintió ganas de llorar, pero se contuvo. Tenía que ser fuerte...el padre de la niña no estaba con ellas para ayudarlas. Había muerto dos años después que naciera Ema, en un accidente, y desde entonces la mujer no había vuelto a tener pareja, ocupada como estaba en...
  Suavemente empujó la silla de ruedas hasta la cocina donde las aguardaba Tamara, mientras hacía el desayuno. La enfermera, una amiga de la infancia -más que eso, una hermana-, también había perdido a su pareja no mucho tiempo atrás, y desde entonces estaba viviendo con ella y su hija. Julieta sabía que Emma quería a Tamara como a una tía, y eso le ayudaba bastante a afrontar la situación.
  -¡Guau...qué bien huele! -exclamó Julieta apenas entró en la cocina, empujando la silla de su hija.
  -Un desayuno para una princesita -agregó Tamara- ¿Cómo estás, Emy?
  -Hiciste chocolate -contestó la niña-.
  -Y torta. Ideal para un día frío como éste. ¡A la mesa, chicas!
  Segundos después, todas compartían el sabroso desayuno, mientras Toby -el pastor alemán de la familia- movía la cola y sacaba la lengua con ansiedad, esperando recibir de vez en cuando un buen pedazo de torta...y de hecho que, por lo gordo que estaba, se notaba que le daban el gusto bastante a menudo.
  De vez en cuando Julieta miraba de reojo a su hija sin poder evitar un profundo sentimiento de dolor y tristeza.
  Desde hacía dos años -para ella, toda una eternidad- Ema sufría de  una rara enfermedad incurable, sobre todo en niñas de su edad. Toda su musculatura se estaba anquilosando poco a poco, sin un motivo claro. Ya hacía largos y penosos meses que había perdido el movimiento de sus piernas, y sin prisa pero sin pausa la extraña dolencia seguía extendiéndose por todo su cuerpo. Julieta sabía que era solo cuestión de tiempo que no pudiera usar más los brazos y las manos...y cuando llegara a los músculos respiratorios, entonces...
  No, mejor no pensar -se dijo a sí misma-. Pero es imposible controlar los pensamientos, cuando te inunda la angustia. Hacía sólo tres días que había llevado a la niña a la clínica para un control...y el pronóstico seguía siendo el mismo. Cuando la enfermedad llegue al límite, tal vez podrían mantenerla viva por medios mecánicos durante un tiempo...pero el desenlace fatal era tan inevitable como que la tierra siguiera girando.
  (-Dios...¿por qué nos castigas de esta manera? -pensó- ¿qué hizo ella para...?)
  -Hoy va a ser un día agradable -dijo Tamara interrumpiendo sus pensamientos-.
  En efecto, el sol, después de varios días destemplados, brillaba a pleno en el cielo.
  Julieta asintió, terminando con cierta prisa su desayuno. Tenía que bajar al pueblo a comprar mercaderías...seguramente Ema querría ir con ella, como de costumbre. Pero no era conveniente que saliera en un día como aquel, que, aunque soleado, seguía siendo frío. Sabía que si la llevaba insistiría en bajar con ella del auto...y aunque no estaba segura, temía que hasta un resfrío pudiera complicar su estado de salud.
  -Voy hasta el pueblo, nena -le dijo a su hija, despeinándole el flequillo- ¿Qué querés que te traiga?
  La chica no le contestó. Durante unos segundos se quedó mirándola fijamente a los ojos. Después, con una voz grave y calma para una niña de su edad, susurró:
  -Ayer a la tarde la vi de nuevo, mami.
  -¿Qué viste, Ema?
  -A la virgen. Volví a verla entre los árboles, donde empieza el bosque.
  Julieta inhaló profundamente. Con delicadeza acarició la mejilla de su hija y le sonrió.
  -No viste nada, Emmy. Sólo te pareció. Sabes que no hay ninguna virgen en el bosque.
  -¡Te digo que estaba allí, mamá! -exclamó Ema con vehemencia- la vi por la ventana de mi habitación...¿por qué no me creés? Ya te dije que...
  -¿Y cómo yo nunca la puedo ver?
  -¡Vos nunca mirás donde yo te digo! Ella aparece entre los árboles cada vez que nieva y...
  -Basta, Ema -dijo Julieta con firmeza, sin poder evitar sentirse incómoda. Jamás retaba a su hija. Pero ya hacía unos días que la niña le estaba repitiendo aquella extraña cantinela, lo cual -teniendo en cuenta que era muy madura para su edad- le sorprendía bastante.
  -No hay vírgenes en el bosque -prosiguió lentamente-. Sólo árboles. Y nieve. No sé lo que estuviste viendo últimamente, pero...ya tenés casi once años, Ema. No quiero que sigás inventando cosas.
  -Pero má...
  -Hacerle caso a tu mamá, cariño -intervino Tamara- Las vírgenes sólo están en las iglesias.Tenés que poner los pies sobre la tierra, y...
  Tamara calló, no bien advirtió que había cometido un error. Con delicadeza acarició la mano de la pequeña enferma.
  -Emy -le dijo suavemente- no sé si hay vírgenes...pero sí te puedo asegurar que hay ángeles. Y vos sos el más hermoso de todos.
  Suspirando, Julieta se levantó de la mesa.
  -Me voy al pueblo. Hoy tengo muchas cosas que hacer, además tengo que dar una clase particular. No me esperen para almorzar...no voy a volver hasta las cinco o seis de la tarde, por lo menos.
  -Traéme chocolates, má -dijo Ema.
  La mujer sonrió con cansancio y se puso un abrigo. Después de despedirse de su hija y Tamara subió a su auto y condujo despacio hasta el pueblo, a unos ocho kilómetros de allí.  
  El clima había cambiado completamente con respecto al día anterior. El sol estaba radiante y la nieve caída se derretía lentamente. Sus reflejos le lastimaban un poco los ojos -que protegía con unas enormes gafas negras- cansados de pasar tantas horas extras frente al monitor de su computadora, tratando de encontrar inútilmente un remedio para su hija.  
  Pero no, no lo había...Julieta era antropóloga, tenía una mente práctica y ya se había resignado a lo inevitable. "-¡A la mierda!"-se dijo infinitas veces- "curan tantas enfermedades graves, pero ella..."
  No era capaz de evitar que la imagen de su niña angelical, yaciendo en una tumba como una helada muñeca de cera, le produjera un sentimiento indescriptible de angustia y horror...si sólo bajaba la guardia unos instantes, crueles e imparables escalofríos, como las garras de un demonio, le recorrían las entrañas desgarrándolas sin piedad.
  No, mejor no pensar. La mujer se mordió los labios y trató de enchufarse en las tareas que le aguardaban durante el día. Si el mundo era un valle de lágrimas...las suyas ya se habían secado hacía mucho, mucho tiempo.

  A las cinco de la tarde Julieta emprendió el camino de regreso hacia su casa, después de pasar un rato en el centro comercial. Le había comprado guantes nuevos a Tamara, y por supuesto, chocolates y golosinas a su hija. Sabía que no debía consentirla tanto, pero ya casi no tenía fuerzas para contradecirla.
  Distraídamente, llegó a la encrucijada de caminos donde comenzaba el bosque. De ese punto también partía un camino secundario que se dirigía a su casa -una cabaña pequeña pero confortable- a sólo unos cien metros de allí...aunque no era fácil verla claramente, ya que el camino era curvado y había algunos árboles que obstaculizaban la visión.
  Entonces recordó. "Es por aquí donde Ema dice haber visto a la virgen."
  Intrigada, detuvo el auto y se apeó. El sol ya se estaba poniendo, y había poca nieve en el suelo. Pronto cambiaría la estación...la nevada del día anterior, seguramente, había sido una de las últimas de la temporada.
  Con las manos en la cintura echó una mirada a su alrededor. El paraje estaba tan silencioso y solitario como un cementerio.
  Entonces lo vio.
  Conteniendo el aliento, Julieta abandonó el camino y penetró en el bosque. Lo inesperado se desplegó ante sus ojos atónitos: a pocos metros del cruce de caminos, el tronco seco de un árbol, bajo y quemado seguramente desde hacía mucho tiempo por algún rayo, parecía descansar en medio de la silenciosa floresta. La mujer se acercó lentamente hacia él. Sorprendida, pudo ver como el paso del tiempo y los elementos habían tallado en aquel árbol muerto, caprichosamente, algo así como la tosca escultura de una virgen. La ilusión era total. Sin ningún esfuerzo podían distinguirse la forma reclinada de la cabeza tocada por la clásica cofia, los estrechos hombros, un brazo levantado a medias sosteniendo a un niño e incluso los amplios pliegues del manto, cayendo pesadamente hasta el suelo.
  Julieta apenas si lo podía creer. Era una pareidolia perfecta...como si algún escultor desconocido y devoto hubiera esculpido aquella rara imagen, que con la nieve casi derretida podía apreciarse nítidamente.
   La mujer se quedó observando la inefable forma durante algunos minutos. Después volvió sobre sus pasos y regresó a su auto, sintiéndose, sin saber por qué, algo apenada y melancólica.
  Ahora entendía lo que Ema había estado viendo los últimos días. Cuando la ventisca era intensa, el viejo y mutilado tronco se cubría de nieve...no era difícil confundirlo, a la distancia, con la imagen de una virgen, pues hasta tenía el tamaño de un ser humano. 
  Con desgano y desaliento Julieta condujo los escasos metros que la separaban de su hogar. -"Idiota -se dijo a sí misma- ¿qué esperabas..?"
  Apenas llegó a su casa Toby, moviendo la cola, se le abalanzó encima, como de costumbre. Con él a su lado, saltando y ladrando de felicidad como hacen todos los perros cuando llega su amo, entró en la cabaña.
  Ya era casi de noche. Ema la esperaba cerca de la puerta, silenciosa y sentada como siempre en su silla rodante.
  -Hola, bebé -le dijo suavemente- ¿Y Tamara?
  -Está haciendo la comida -le contestó la niña inválida-. Después Hizo una pausa y preguntó:
  -¿La viste, mami?
  -¿ A quien?
  -A la virgen. Vi que te bajaste de auto y entraste en el bosque -respiró profundamente- ¿Estaba allí?
  En un primer momento Julieta no supo que contestar. Después de pensarlo unos segundos murmuró entre dientes, casi como para sí misma.
  -No vi nada, Ema, ya te dije que...
  -¡No puede ser! -contestó la niña, levantando el tono de su voz de una manera desacostumbrada en ella- ¡Tenés que haberla visto! ¿Acaso..?
  -¡Basta, Ema! ¡Cortá con ese tema de una vez! ¡No hay vírgenes en el bosque, ni en ningún otro lugar de la tierra! ¿Cómo tengo que hacer para qué lo entiendas? Es sólo...
  Inmediatamente la mujer se calló, pues comprendió que había lastimado a su hija. Sin decir una palabra más, Ema giró su silla y se marchó a su dormitorio, con la misma expresión de quien se dirige a una ejecución. Tamara escuchó todo desde la cocina donde estaba preparando la cena, pero sabía que había cosas en las que ella no podía ni debía intervenir. Silenciosamente siguió con sus tareas, mientras la noche caía como un manto gélido sobre la pequeña cabaña y sus tres ocupantes.
  Más tarde, en la soledad de su habitación, Julieta se quebró y lloró. Lloró como no lloraba desde hacía muchos, muchos años. Aún le quedaban lágrimas, después de todo...Lloró por su dolor, el de Ema y el de todo el mundo, atrapados en un universo cruel, doliente y ciego a los infinitos e insolubles problemas humanos. "¡Dios -pensó- si de veras existes...quítame de este infierno!"
  Después de tomar un par de somníferos, se quedó dormida.

  Al otro día la mujer despertó embotada y dolorida. Había dormido profundamente toda la noche en la misma posición, y el brazo derecho le dolía un poco.
  Lentamente se vistió, fue al baño y se lavó la cara. Después se fue a despertar a Ema. Eran las diez de la mañana y su hija seguramente dormía, ya que en ese días no estaba yendo a la escuela especial donde la enviaba desde que comenzara su enfermedad.
  La noche anterior había vuelto a nevar intensamente, pero ahora estaban cayendo sólo unos pocos copos aislados. Hacía frío. Escuchó a Tamara haciendo ruidos en la cocina y un penetrante olor a café le devolvió las energías y el optimismo.
  -Emy -dijo, entrando en el dormitorio de su hija-.
  Pero la niña no estaba en su cama. Tampoco vio a la silla de ruedas, que dejaba todas las noches a un lado de la cabecera.
  Un poco intrigada, Julieta fue hacia la cocina. Tamara la vio y sonrió.
  -¿Todavía no levantaste a Ema? -le preguntó-.
  -Pero...creí que lo habías hecho vos. No está en su cama.
  Por unos instantes las dos mujeres se quedaron como estatuas, sin entender bien lo que pasaba.
  -Mierda -murmuró Julieta- ¿Dónde se metió? ¡Ema!
  Pero la niña no contestó. Tamara y Julieta recorrieron la pequeña cabaña, sin encontrar la menor pista de ella.
  Las dos mujeres se miraron una a la otra, confundidas y al borde del pánico. Entonces vieron como Toby comenzaba a ladrar hacia la puerta, mientras gemía y movía la cola con fuerza.
  Instantáneamente Julieta comprendió.
  -¡Se fue afuera! -exclamó, manoteando un abrigo de la percha.
  -Pero...-contestó Tamara con los ojos abiertos de asombro- ¿Cómo hizo para sentarse sola en la silla?

  -Creo saber adonde fue -dijo Julieta con voz trémula, casi sin oírla- ¡Toby!
  La mujer abrió la puerta de la cabaña y vio como su perro salía disparado como una flecha. Inmediatamente se lanzó tras él.
  -¡Esperáme! -oyó la voz de Tamara detrás suyo- Voy con vos...
  -No...mejor quedate acá, por las dudas. Cualquier cosa te llamo al celu.
  -Pero...
  Julieta ya no la oía. Sin vacilar siguió a su perro, que corría en dirección al bosque, ladrando y dejando un reguero de pequeñas huellas con sus patas. Al lado de esas huellas había otras, inconfundibles: las producidas por la silla de ruedas de su hija, nítidamente marcadas en la alfombra mullida y reluciente formada por la nieve caída durante la noche.
  A pocos metros de allí encontró a la silla abandonada, volcada hacia un costado. Un pánico indecible le retorció las entrañas.
  -¡Ema! -gritó-.
  Entonces las vio.
  Desde  donde estaba la silla, además de las de su perro, había otras huellas, partiendo en la misma dirección. Huellas pequeñas, de un ser humano.
  Julieta sintió que el corazón le latía con la fuerza de un pistón. Jadeando, corrió hacia el bosque, exhalando a cada paso pequeñas nubes de vapor que se condensaban instantáneamente en el aire gélido de la mañana.
  -¡Emaaa!
  Cerca del cruce de caminos, unos metros más adelante de donde se espesaba la floresta, divisó a su hija, enfundada en el abrigo de piel blanco que le había regalado para su último cumpleaños.
  Estaba parada, mirando fijamente a algo delante suyo, semioculto entre los árboles. Su perro, pegado a sus piernas, también miraba en la misma dirección.
  La virgen...Estaban mirando a la virgen de nieve.
  Sin poder creer a sus propios ojos, la mujer se acercó a la niña, con las piernas vacilantes. Cuando estaba a unos dos metros de ella, Ema la oyó y se volvió con rápidez.
  -¿La ves, mamá? -exclamó- ¡Te dije que estaba ahí!
  Julieta no supo que contestar. Clavó su mirada en la extraña figura tallada por la cellisca y se acercó a su hija, lentamente. Cuando estuvo junto a ella la estrechó contra su pecho, con toda la inmensa ternura que sólo una madre es capaz de acumular durante tantos años de dolor y desesperanza.
  -¿La ves, mamá? -insistió Ema.
  -Sí, hija, la veo...-dijo Julieta, con voz muy suave, como temiendo romper aquel momento encantado y maravilloso-.
  Madre e hija se quedaron inmóviles durante unos instantes, contemplando a la mágica aparición, mientras algunos escasos copos de nieve caían indolentes a su alrededor, como despidiendo al invierno. Finalmente la mujer susurró en el oído de la niña:
  -Vamos a casa, Emi...hace mucho frío y te podés enfermar.
  Las dos dieron media vuelta y comenzaron a caminar hacia la cabaña, tomadas de la mano. Unos metros más adelante Ema se volvió y miró a la virgen de nieve por última vez.
  -¿Se va a quedar allí, mamá?
  -No, Emi...pero no te preocupés. Ella va a estar siempre cerca tuyo.
  Mientras regresaban a su hogar, Julieta notó que su hija caminaba con pasos firmes y sin la mínima vacilación...como si su terrible enfermedad hubiera sido sólo una pesadilla. Cuando llegaron a donde estaba la silla de ruedas, las dos se detuvieron.
  -¿Qué vas a hacer ahora con la silla, mamá?
  Julieta sonrió, como no sonreía  desde hacía muchos, muchos años.
  -No lo sé...supongo que la pondré en venta por eBay. Estoy segura que vos ya no la vas a necesitar.
  En la puerta de la cabaña las esperaba Tamara, con el estupor pintado en el rostro. Apenas la vio, Ema corrió -¡CORRIÓ!- hacia ella.   
  Julieta contempló como las dos se abrazaban con fuerza, y no tardó en unirse a ellas.
  -Pero...¿cómo pasó? -preguntó Tamara, temblando cono una hoja.
  -Pasó. Sólo pasó -le contestó Julieta está con los ojos brillantes- ¿Qué importa cómo?
  -¡Tengo hambre! -exclamó de pronto Ema, mientras se soltaba  de las dos mujeres y entraba corriendo en la cabaña, seguida por su perro- ¿Que hay de comer?

  Al otro día volvió a salir el sol y la virgen de nieve se deshizo, como se deshacen todas las cosas.

Gabriel Patrick