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domingo, 5 de agosto de 2018

MI LIBRO



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"EL PAÍS DE LAS LUNAS DORADAS" ES UN RELATO QUE TIENE QUE VER CON LA CAPACIDAD DE SUPERAR LAS ADVERSIDADES, EL ALTRUÍSMO Y TODO AQUELLO POR LO CUAL VALE LA PENA SENTIRSE HUMANO, SEA LO QUE ESO SIGNIFIQUE. 

Lo escribí como cuento corto, y acompañado por otros relatos edité en forma de libro.

En la imagen se puede ver la portada. Adjunto el primer capitulo para que sepan de que se trata.

Quien esté tentado de leerlo en forma completa puede solicitarlo a mi mail: gbrlpatrick@gmail.com.

Muchas gracias!

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EL PAIS DE LAS LUNAS DORADAS

CAP. 1: PROBLEMAS SIN FIN
CAP. 2: ARYLEEN
CAP. 3: SHANTAR
CAP. 4: UNA ABUELITA DE SESENTA Y CINCO AÑOS
CAP. 5: ¿UNA VIDA FELIZ?
CAP. 6: MUNDOS EN LA OSCURIDAD
CAP. 7. PARA HACER UN ARCO IRIS
CAP. 8. DONDE BRILLAN LAS ESTRELLAS
CAP. 9: QUIENQUIERA QUE SEAS
    
SINOPSIS/DESCRIPCION:
Federico es un chico de trece años que vive una amarga realidad: un padre que abandonó el hogar cuando era muy pequeño -al que casi ni recuerda- una madre gravemente enferma internada en un hospital, sin hermanos en que apoyarse y unos tíos y primos (con quienes vive en un pequeño pueblo) que lo subestiman y maltratan. Finalmente encuentra un nuevo sentido para su existencia en un mundo paralelo, mágico y extraño -que jamás pensó que podría existir- al que llega en forma inesperada, dando así comienzo a una nueva vida y renovadas esperanzas.

 Capítulo 1
  PROBLEMAS SIN FIN
"Si no fuera
por la oscuridad
sería imposible
ver a las estrellas"
-anónimo-

  Estaba como la mona.
  Era uno de esos días en donde todo parecía salirme mal: en las cuatrimestrales me había ido de terror... y encima había perdido el celular en el cole, y sabía que mi tío no iba a comprarme otro  aunque se lo pidiera de rodillas... y eso es lo último que estaba dispuesto a hacer en mi vida.     
  -Siempre el mismo inútil- me dijo, con su habitual expresión de amargado. Menos mal que mi tío no se ríe muy seguido... siempre pensé que si lo hacía se le iba a resquebrajar la cara.
  Además mamá... mamá seguía internada. Ya llevaba seis meses en el hospital, y los médicos ni siquiera sabían que hacer para mejorarla. Decían que iban a intentar un tratamiento nuevo, pero ye le habían hecho demasiados, y con muy pocos resultados.
  A mi viejo, apenas si lo conocí. Se marchó de casa cuando yo era muy pequeño, y nunca más volvió. Como soy hijo único, no tuve más remedio que ir a vivir con mis tíos y mis primos -dos mellizos de quince años, insoportablemente malcriados- a quienes yo les caía tan bien como encontrar un gusano en la hamburguesa. Todos sabíamos que jamás me habrían aceptado de no ser por mi madre, que era hermana de mi tía.
  Para colmo, vivíamos en un pueblito muy pequeño (se llama Los Sauces, aunque los que plantaron nuestros bisabuelos en la plaza hace ya muchos años -así como los clásicos eucaliptus de los costados de la vía del tren- fueron eliminados del mapa) donde nos habíamos mudado hacía muy poco y casi no tuve tiempo de conocer a nadie.
  Con sólo trece años de edad yo ya tenía una visión bastante negra del mundo... sin siquiera un solo rayito de esperanza que echara algo de luz sobre tanta oscuridad, al menos, hasta que fuera mayor y pudiera valerme por mí mismo. ¡Y faltaba tanto para eso! Estábamos solos, Brick y yo, contra el mundo.   
  Brick es un perrito lanudo que recogí de la calle, para disgusto de mi "familia" -Es feo y chillón, pero por lo menos nos va a avisar si entran ladrones- decía mi tía, siempre práctica y encantadora. Y no le faltaba razón. Lo único que el pobre Brick (yo lo llamo "el viejo pirata", porque cuando era cachorrito le dieron un piedrazo y desde entonces le quedó un ojo más abierto que el otro) sabe hacer es seguirme a todos lados ladrando como un tonto... y eso si no está comiendo o durmiendo a pata ancha. Y aún así es mi amigo... ¡mi único AMIGO!!!
  Bueno, no es el único. También está Braulio, el dueño del quiosco de golosinas que vive del otro lado de la vía del tren.
  Braulio es un viejito repiola, un jubilado que se ayuda con el quiosquito porque la pensión que cobra no le alcanza. Y un compañero como pocos. Juntos sabemos pasar momentos fantásticos -pese a la diferencia de edad- jugando al ajedrez o a los naipes (es un fanático del póker) o recorriendo en bicicleta las afueras del pueblo. Como vive solo, siempre tiene tiempo para hablar conmigo. Sabe escuchar, yo le cuento mis problemas... y de alguna manera me siento mejor, aunque hablando no solucione nada. 
  Nada es fácil cuando no tenés hermanos, tu papá no existe y tu mamá es solo una pálida sombra entre las blancas sábanas de un hospital.

  Aquel día yo estaba especialmente depre, después de perder el celu, y sin la menor gana de ponerme a estudiar para recuperar las malas notas de la última prueba. Había estado casi toda la tarde en el hospital ayudando a Margarita -la enfermera que cuida a mamá- a higienizarla, ya que la pobre apenas si se puede levantar de la cama. Braulio a veces también me acompaña, cuando puede dejar el negocio, y mamá se alegra mucho al verlo. Piensa que él me protege- y en cierto modo, es así- y eso la hace sentir más tranquila.
  Cuando me despedí de ella, ya casi de noche, mamá me miró de una manera extrañamente fija. Después me dio un beso en la frente y me apretó muy fuerte contra su pecho.
  -Cuidate -me dijo sonriendo, con un hilo de voz- Y gracias.
  -¿Gracias? ¿Por qué? 
  -Por ser el hijo más maravilloso del mundo -me contestó dulcemente- Fede... -murmuró después de una pausa- ¿Qué hacemos si no brillan las estrellas?
  -Siempre brillan en nuestros corazones -le contesté mecánicamente.
  Era algo así como un juego. Cuando mamá me lo dijo por primera vez, yo tendría no más de cuatro años. Mi padre nos había abandonado hacía poco... y yo acababa de pasar una noche de pesadillas. Desde entonces me lo repetía siempre que me veía mal, malhumorado por pavadas o después de que mis tontos primos me rompían los juguetes o hacían alguna maldad. Y eso, de alguna forma, me consolaba... al menos, cuando era muy niño.
  Sin decirle nada más le devolví el beso y me fui, arrastrando los pies por los fríos pasillos del hospital.
  ¿Qué más podía decir? Después de tantas penosos visitas a la sala donde mi madre luchaba por sobrevivir, -que no servían para nada, y encima me quitaban tiempo para estudiar- yo ya había perdido casi todas las palabras.
  Cuando llegué al negocio de Braulio (donde iba casi todas las tardes) me sentí cansado y de mal humor.
  -Me gustaría estar en otro mundo -le dije a Braulio, casi sin pensarlo, mientras me desplomaba sobre una vieja silla de mimbre que tenía en la cocina. El viejo ya había cerrado el negocio y yo tenía muchas ganas de hablar... hablar y hablar hasta desahogarme.
  Braulio me sonrió y se quedó pensativo durante unos segundos.
-Fede -me dijo por fin- ¿alguna vez oíste hablar del País de las Lunas Doradas?
  -No- le contesté, aunque supongo que debo haber puesto cara de tonto, "la única que tengo", según mis primos.
  -¿Sabés que hay un país... en realidad, un mundo, que tiene dos lunas -aunque no siempre se ven juntas- y está habitado por gente como nosotros? 
  -¿Dos lunas? Eso no existe.
  -No me estoy refiriendo a la Tierra -me dijo Braulio, frunciendo el ceño- ¿nunca oíste hablar que además de la nuestra existen otras dimensiones, y en ellas otros mundos habitados ?
  -Sí... -suspiré- pero todos sabemos que son sólo fantasías.  
  -Pues te equivocás, hijo. Yo estuve muchas veces en el país que te mencioné... y puedo volver a visitarlo cuando quiera, y llevar conmigo a quien desee.
  -Pero... ¿me estás hablando en serio, Braulio?
-¿Alguna vez te mentí? Sabés muy bien que podés confiar en mí, Fede -me dijo el anciano con voz algo dolida.
  Me sentí un poco avergonzado. Desde luego sabía que Braulio me quería como si fuera su propio nieto y nunca me mentiría, al menos que fuera para mi propio bien.
  -Ese mundo se llama Shantar- prosiguió,  mirándome con seriedad y dulzura al mismo tiempo- y como te dije, está en otra dimensión, aunque es posible visitarlo si realmente lo deseas... y tus intenciones son pacíficas.
  Durante unos segundos nos quedamos callados, Braulio y yo. Ya había caído la noche y sólo se oían el tenue silbido del viento y los suaves ronquidos de Brick, que desde hacía un ratito se había quedado dormido en un rincón y soñaba, seguramente, con otros mundos llenos de huesos humeantes, pelotas de goma y perras de todas las razas y tamaños.
  -Quiero ir allí -dije por fin, casi sin pensarlo-. Quiero conocer ese lugar.
  - Sabía que dirías eso- murmuró el viejo, mientras me guiñaba un ojo- y creo que voy a darte el gusto. Mañana, cuando despiertes, no lo harás en la casa de tus tíos. ¡Sino directamente en Shantar!
  Debo haber abierto los ojos como platos, porque Braulio lanzó una carcajada.
  -¿Así... tan fácil?     
  -Bueno, no es tan fácil como parece. Yo debo prepararme durante algunas horas para abrir lo que podríamos llamar... un portal... lo suficientemente grande como para que podamos trasladarnos los dos.
  -¿Y yo que debo hacer?- exclamé excitado.
  El anciano me despeinó los cabellos y guiñó un ojo de nuevo.
  -Sólo dormir... como un angelito. Andáte a la cama después de la cena. No usés la compu ni los auriculares, sólo acostate sin decirle nada a nadie. Y mañana, cuando despiertes, estarás en el País de las Lunas Doradas. Yo iré allí un poco antes y te estaré esperando... ¡palabra de honor!
  Esa noche no hablamos nada más. Como dijo Braulio me acosté temprano, para sorpresa de mis tíos, acostumbrados a que solía quedarme a escuchar música hasta muy tarde. Por suerte, mis primos se habían ido a un cumpleaños y no había nadie que me molestara. La noche estaba tan tranquila como una canción de cuna.
  Aun así, me costó conciliar el sueño. ¡Braulio, con su dichosa historia, me había llenado de ansiedad e inquietud! Brick, por su parte, entró rápidamente en el reino de Morfeo, enrollado en la colchoneta que yo le había puesto, como siempre, al lado de la mesa de luz.
  Supongo que serían las tres o las cuatro cuando me dormí. O tal vez entré en un estado mental especial, ese en que no estás despierto ni dormido -creo que le llaman estado hipnagógico, o algo así- cuando me desperté en medio de un atronador chirrido de grillos.
  ¡Grillos! No había grillos en el centro de mi pueblo... sólo en las afueras, en los barrios más verdes y aún no pavimentados. Tampoco se los veía en esa época del año. ¿Por qué hacían tanto barullo?
  Abrí los ojos de golpe y me senté como un resorte sobre la cama... o lo que creí era mi cama. Aún estaba algo adormilado, y me llevó unos segundos darme cuenta de que...
¡estaba al descampado, bajo un cielo claro como los ojos de un bebé, en el que se podían ver nítidamente dos lunas llenas gemelas... de un pleno y nunca imaginado -para mí- color dorado!!!
  Me levanté de un salto, mientras Brick comenzó a ladrar como loco a mi lado.
  Entonces ví venir a  Braulio lo más pancho, con su amplia y acostumbrada sonrisa, afable y tranquilizadora. El viejo pirata se le fue encima como un rayo, moviendo rápidamente la cola, como hace siempre que lo ve manotear alguna golosina del mostrador y agitarla delante de sus narices.
  -Braulio! -exclamé- ¿estoy dormido?
  -¡Claro que no! -me contestó mi amigo, divertido por mi desconcierto- bienvenido al País de las Lunas Doradas, Federico- dijo haciendo un amplio ademán, como queriendo abarcar todo el paisaje que nos rodeaba. Yo me froté los ojos con fuerza...y nada cambió. ¡Entonces supe que TODO ERA REAL!
  Y fue así como comenzó una nueva etapa de mi vida, muy distinta a la que había vivido hasta entonces. Lo supe apenas vi dónde estaba. Era un lugar... bueno, ya se los contaré en detalle. 
  Hasta entonces, yo pensaba que había aprendido de la vida -amargamente- todo lo que es posible aprender en trece años. Que ya me había pasado todo lo que nos puede pasar en ese corto, y duro para mí, período de tiempo.
  ¡Tonto de mí! ¡Era tanto lo que aún tenía por VIVIR!
  Y fue así entre los atronadores ladridos de mi perro, un concierto sin fin de grillos chillones y dos lunas imposibles, como dio comienzo mi primer día en el País de las Lunas Doradas.
(FIN DEL CAPITULO 1).

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